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Responsabilidad Social
El dolor de los afectados: historias detrás de la crecida
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17/05/2016

El proyecto del futuro barrio San Francisco, ubicado en Zeballos Cué, genera una luz de esperanza para las familias de la zona baja de la Chacarita, que fueron desplazadas por la crecida del río Paraguay. En esta nota, te contamos historias de la dura realidad de estas personas.

Pasamos a diario frente a ellos. Los vemos ocupando veredas, plazas y parques. Viviendo en precarias casas de pared de terciada. Ellos son los damnificados, que son estigmatizados, por un sector de la sociedad, porque los califica de “haraganes”, de “querer vivir, así como están” y, en el peor de los casos, de “delincuentes”.

Como en todo segmento de la sociedad, estas humildes familias se diferencian unas de otras. La mayoría sueña con un futuro mejor, hay otras, especialmente entre las personas de más edad, que, lo largo de tantos años de sufrimiento, tienen miedo al cambio, a la posibilidad de no adaptarse a un nuevo ambiente.

A pocos minutos de la ciudad de Asunción, en el barrio Zeballos Cué, se encuentra el proyecto San Francisco, de 1.000 viviendas para los damnificados de las zonas bajas de Asunción. Esta obra emblemática, encomendada por el presidente de la República, Horacio Cartes, a la ITAIPU Binacional, es uno de los planes sociales del Gobierno Central, para el 2016.

La ejecución de la obra está pendiente actualmente de la decisión que tome la Cámara de Diputados, para rechazar el proyecto de ley que declara “área silvestre protegida” (ratificado por el Senado), como así también de la aprobación de los planos municipales por parte de la Municipalidad de Asunción.

En medio de estos trámites burocráticos, el periodo de frío y lluvia está llegando; las bajas temperaturas se hacen sentir, con más fuerza entre estas familias, y son los niños y ancianos los más afectados.

Hace 40 años vive en el barro

Caminando entre lodo y mirando en qué estado quedó su casita de material, tras la inundación, le encontramos a Francisca Bogarín (60), en el barrio San Pedro, de Asunción, ubicado al costado de la Planta Asfáltica de Asunción. Se limpiaba los ojos por las ganas de llorar y, entre suspiros, dijo que perdió casi todo y, vivir así, como están ahora, no es vivir.

Sentada luego al lado de un brasero relató que hace 40 años vive en el barro. “Ya no puedo ni contar por cuántas inundaciones pasé. En esta última crecida casi nos mudamos dos veces. Mi casa de material quedó bajo agua, y nos mudamos unas cuadras más para arriba, pero el agua siguió creciendo y nos desesperamos”, contó.

Recordó que un 31 de diciembre, a las 10 de la noche, se pasaron quitando agua de sus casas precarias. “Los vecinos gritaban y lloraban de desesperación. Entre todos nos ayudábamos para quitar nuestras cosas en la vereda (al costado de la Costanera de Asunción). Nos fuimos a ver un nuevo lugar en una plaza cercana, pero por la fe de Cristo y la misericordia, paró de llover y el agua se calmó”, relató Francisca. Agregó que entre todos colaboraron para poner diques y evitar el avance de las aguas hacia las casas precarias.

La crecida no sólo les quitó la tranquilidad, sino también sus pocas pertenencias. “Quité del agua mi ropero de tres cuerpos, con mucho esfuerzo. Ya estaba contenta, porque pude salvarlo. Pero cuando el tractor estaba cargando arena, no se dio cuenta que estaba mi mueble y rompió todito. Se perdieron mis documentos, mis fotos y toda mi ropa”, dijo con tristeza.

En cuanto al barrio San Francisco expresó: “Es un proyecto muy anhelado, muy lindo. Sigo las noticias sobre la construcción de las 1.000 casas. Ya no quiero que mis hijos vivan así. Estaré feliz si alguno de mis hijos es beneficiado por el proyecto. Me contaron que hay otros planes también de viviendas y que podría también ser beneficiada”, señaló con cierto grado de optimismo.

Perdió la esperanza

María Pabla Ortega viuda de Melgarejo tiene 76 años y es una de las primeras pobladoras del barrio San Pedro, “Hace más de 50 años estamos aquí. Acá había riacho, no estaba todavía la Planta Asfáltica, mucho sufrimos acá”, dijo suspirando la abuela, que se dedicaba a vender diario y golosinas.

“Acarreábamos arena para rellenar mi casa. Ju´imante oñe´e ápe ha peoto (las ranas cantaban de aquí para allá)”, contó. Cuando por fin tuvo casa, la crecida no la dejaba en paz.

“Como esos caracoles, llevamos por mi espalda mis cosas para mudarme en zona alta. Una vez renegué tanto que no salí del agua. Hasta mi cuello llegaba el agua. Y puse tambores, alcé mis cositas, vivía en el agua con mis hijos”, relató.

Entre idas y vueltas, se descompuso su cocina, su televisor, su cama y ahora casi no tiene nada. “Mucho sufrí, mucho lloré. Pero no podía remediar porque soy pobre, nunca tuve casa y cuando me mudaba, me daban algunas terciadas y carpa negra”, expresó.

A pesar de su triste historia, esta abuela se niega a mudarse del riacho donde hizo su vida. “No puedo salir de acá, no tengo cómo pagar luz, agua y otros servicios. Sólo tengo para comer y dar alimento a mi nieta de 10 años. Yo vivo juntando latitas y eso sólo da para comer. Es mejor que les den casas a las personas que tienen una vida por delante. Yo, ya no tengo esperanza”, expresó doña María Pabla.

Plan anhelado

Clara Ochipinti (39) es madre de 6 hijos. Viven en una precaria casa de terciada al costado de la avenida Costanera. “Con la subida del agua siempre nos mudábamos, pero anteriormente era más crítico porque no recibíamos ninguna ayuda del gobierno. Al menos, ahora, nos dan terciadas, chapas y servicio médico”, comentó.

Destacó que, a raíz de las constantes mudanzas, perdió todas sus cosas. “A penas tengo cama y algunas ollas y cubiertos para cocinarles a mis hijos. Yo tenía casa, pero quedó bajo agua”, contó.

En cuanto al proyecto del barrio San Francisco, dijo que es un plan muy anhelado. “Desde la época de mi abuela ya queríamos tener una casa segura, lejos del agua. Acá, cuando sube el agua, sufrimos mucho. Si por ahí, soy adjudicada significaría mucho para mí. Me daría seguridad de una vida mejor”, afirmó.

Destacó que, tanto en el frío como en el calor, sufren una barbaridad. “Para tener una casa digna tenés que irte a trabajar a España, por cinco años por ahí, y dejarle a toda tu familia. Y así como estoy, nunca voy a poder salir de acá. Si el Gobierno me da la posibilidad de darme una casita digna, estaría muy feliz”, concluyó.